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Historia

Primeros asentamientos y Antigua Grecia

La evidencia de presencia humana más antigua hallada en los Balcanes se encuentra en la caverna de Petralona, en la península Calcídica, donde se halló un cráneo conocido como hombre de Petralona, cuya datación es discutida. Dentro del territorio griego existen vestigios de asentamientos de las tres etapas de la Edad de Piedra —paleolítico, mesolítico y neolítico—; algunos sitios, como la cueva Franchthi estuvieron ocupados durante estos tres periodos. Dado que el país se ubica en la ruta por la cual la agricultura se expandió desde el Cercano Oriente hacia Europa, los asentamientos neolíticos en Grecia son los más antiguos en el continente, pues datan del séptimo milenio a. C.

En el actual territorio griego surgieron las primeras civilizaciones de Europa, por lo que se considera el lugar de nacimiento de la civilización occidental. Las primeras en aparecer fueron la civilización cicládica en las islas del mar Egeo (alrededor del 3200 a. C.); la civilización minoica en Creta (2700-1500 a. C.) y la civilización micénica en el continente (1900-1100 a. C.). Estas sociedades poseían un sistema de escritura: los minoicos utilizaron un sistema de escritura aún sin descifrar conocido como Lineal A, mientras que los micénicos desarrollaron el Lineal B, una forma primitiva del griego. Los micénicos gradualmente absorbieron a los minoicos, pero su cultura colapsó violentamente alrededor del 1200 a. C., durante un periodo de inestabilidad regional conocido como el colapso de la Edad de Bronce. Esto condujo a una era conocida como la Edad Oscura, de la que no se conservan registros escritos.

Tradicionalmente se fija el final de la Edad Oscura, e inicio de la Época Arcaica, en el 776 a. C., año durante el cual se celebraron los primeros Juegos Olímpicos. Se piensa que entre los siglos VII y VIII a. C. Homero escribió la Ilíada y la Odisea, los textos fundacionales de la literatura occidental. Con el final de la Edad Oscura surgieron varios reinos y ciudades-estado, los cuales se extendieron hasta las costas del mar Negro, el sur de Italia (Magna Graecia) y Asia menor. Estos estados y sus colonias alcanzaron un gran nivel de prosperidad que dio paso a un florecimiento cultural sin precedentes —periodo conocido como la Grecia clásica— más evidente en la arquitectura, el teatro, la ciencia, las matemáticas y la filosofía. En el 508 a. C., Clístenes introdujo el primer sistema democrático del mundo en Atenas.

Para el 500 a. C. el Imperio persa controlaba el territorio entre el actual Irán hasta las zonas que hoy forman parte del norte de Grecia, Macedonia, el sur de Ucrania, Bulgaria y Rumania, por lo que se convirtió en una amenaza para los griegos. Las ciudades-estado helénicas ubicadas en Asia Menor fracasaron en sus intentos por expulsar a los persas; en 492 a. C. el ejército persa invadió los estados de la Grecia continental, pero se vio forzado a retirarse luego de su derrota en la batalla de Maratón en 490 a. C. Diez años más tarde lanzaron una segunda ofensiva. Pese a la heroica resistencia de los espartanos y otros griegos en la batalla de las Termópilas, las fuerzas persas lograron llegar a Atenas.

Luego de una serie de victorias griegas entre el 480 y 479 a. C. en las batallas de Salamina, Platea y Mícala, los persas se vieron forzados a retirarse por segunda ocasión. Estos conflictos militares, conocidos como las Guerras Médicas, fueron liderados en gran parte por Atenas y Esparta. El hecho de que Grecia no fuese un país unificado dio lugar a varios conflictos entre los estados helénicos.

Dentro de éstos, el enfrentamiento más importante fue la Guerra del Peloponeso (431-404 a. C.), donde la victoria de Esparta marcó el final de la supremacía del Imperio ateniense sobre la Antigua Grecia. Posteriormente, la batalla de Leuctra (371 a. C.) le brindó el poder hegemónico a Tebas, pero poco después le fue arrebatado por Macedonia. Este reino logró unificar al mundo griego en la liga de Corinto —también conocida como la «liga helénica»—, bajo el mando del Filipo II, líder del primer estado griego unificado en la historia.

Luego del asesinato de Filipo II, su hijo Alejandro Magno asumió el liderazgo de la liga de Corinto, y en 334 a. C. lanzó una invasión al Imperio persa con las fuerzas combinadas de los estados griegos. Cuatro años después y tras salir victoriosos en las batallas de Gránico, Issos y Gaugamela, los griegos marcharon hacia Susa y tomaron Persépolis, la capital ceremonial de Persia. El imperio creado por Alejandro Magno se extendió desde Grecia en el oeste hasta el actual Pakistán en el este y Egipto en el sur.

La repentina muerte de Alejandro Magno, acaecida en el 323 a. C., condujo al colapso del Imperio, que se dividió en varios reinos: el Imperio seléucida, el Egipto Ptolemaico, el Reino grecobactriano y el Reino indogriego. Muchos griegos emigraron a Alejandría, Antioquía, Seleucia y a muchas otras ciudades helenísticas en Asia y África. Aunque no se pudo mantener la unidad política del Imperio de Alejandro Magno, éste trajo consigo el dominio de la civilización helenística y el idioma griego a todos los territorios conquistados por al menos dos siglos, y en el caso de algunas regiones del este del Mediterráneo, por un periodo mayor.

Periodos helenístico y romano

En Grecia, la muerte de Alejandro Magno fue seguida por un periodo de confusión. En el 276 a. C. la dinastía Antigónida, descendientes de uno de los generales de Alejandro, tomó el poder en Macedonia y en la mayor parte de las ciudades-estado griegas. Desde el siglo II a. C. la participación de la república romana en los asuntos internos de los helenos desembocó en las guerras macedónicas. La derrota de Macedonia en la batalla de Pidna (168 a. C.) puso fin al poder Antigónido en Grecia. En 146 a. C. Roma se anexionó Macedonia como una provincia, y el resto de su territorio se convirtió en un protectorado romano.

El proceso terminó en el 27 a. C. cuando el emperador romano César Augusto se hizo con el resto de Grecia para convertirla en la provincia senatorial de Acaya. Pese a su supremacía militar, los romanos admiraron y estuvieron fuertemente influidos por los logros de la cultura griega, de ahí la famosa frase de Horacio: Graecia capta ferum victorem cepit («la Grecia conquistada, conquistó al bárbaro conquistador»). Generalmente se considera que las matemáticas, la ciencia y tecnología griegas alcanzaron su apogeo durante el periodo helenístico.

Las comunidades greco-parlantes del Oriente helenizado tuvieron un papel clave en la expansión del cristianismo durante los siglos II y III, pues varios de los primeros líderes y autores de la cristiandad, como Pablo de Tarso, hablaban griego. Sin embargo, la población griega como tal tuvo una tendencia a apegarse al paganismo y el país no fue uno de los pilares principales del cristianismo primitivo: de hecho, algunas de las prácticas de la religión griega antigua continuaron vigentes hasta finales del siglo IV, y algunas áreas del sureste del Peloponeso no se convirtieron al cristianismo hasta el siglo X.

Periodo medieval

Tras la división y caída del Imperio romano, Grecia pasó a formar parte del Imperio bizantino, el Imperio romano de Oriente, que perduró desde el siglo V hasta 1453. Su capital se ubicó en Constantinopla, su idioma y literatura se basaron en la lengua griega y la religión predominante fue el cristianismo ortodoxo.

Desde el siglo IV, los territorios balcánicos del imperio, incluida Grecia, sufrieron del constante embate de las invasiones bárbaras. Los asaltos y la devastación de los godos y hunos durante los siglos IV y V, y la invasión eslava del siglo VII, provocaron un colapso dramático de la autoridad imperial en la península. Luego de la invasión eslava, el gobierno imperial mantuvo el control únicamente en las islas y algunas zonas costeras, particularmente las ciudades como Atenas, Corinto y Salónica, mientras que algunas de las zonas montañosas del interior mostraron cierta resistencia a la ocupación y siguieron reconociendo la autoridad imperial. Se cree que existió cierto número de asentamientos eslavos fuera de estas regiones, aunque a una escala mucho menor de lo que se pensaba anteriormente.

A finales del siglo VIII, el Imperio bizantino comenzó a recuperar gradualmente sus territorios perdidos, y para el siglo IX la mayor parte de la Grecia actual se encontraba nuevamente bajo el control bizantino. Las grandes migraciones de griegos desde Sicilia y Asia Menor hacia la península Balcánica facilitaron este proceso, al mismo tiempo que muchos de los eslavos fueron capturados y re-ubicados en Asia Menor y aquellos que permanecieron en Grecia fueron asimilados. Durante los siglos XI y XII el regreso de la paz y estabilidad al territorio griego fueron las bases para un fuerte crecimiento económico, mucho más grande que el de la región de Anatolia.

Luego de la Cuarta Cruzada y la caída de Constantinopla ante los latinos en 1204, la mayor parte del territorio griego pasó a manos de los francos —un periodo conocido como «Francocracia»—, y algunas islas fueron tomadas por Venecia. En 1261 el restablecimiento del Imperio bizantino en Constantinopla hizo posible la recuperación de casi todas estas regiones. Sin embargo, el principado franco de Acaya en el Peloponeso siguió siendo una potencia regional importante hasta el siglo XIV, mientras que varios archipiélagos permanecieron bajo el control de Génova y Venecia.

En el siglo XIV el Imperio bizantino perdió varias zonas de la actual Grecia ante los ataques de los serbios y los otomanos. A principios del siglo XV, el avance otomano significó que el control bizantino sobre Grecia se redujo al Despotado de Morea en el Peloponeso. Luego de la caída de Constantinopla ante los otomanos en 1453, Morea fue el último remanente del Imperio bizantino que se opuso a la invasión turca, pues se mantuvo en pie hasta 1460. Con la conquista otomana, muchos académicos greco-bizantinos —responsables de preservar gran parte del conocimiento de la Grecia Clásica— emigraron a Occidente llevando consigo un gran número de obras literarias, y contribuyeron con ellas al desarrollo del Renacimiento.

Periodo otomano

Hacia finales del siglo XV, la mayor parte de Grecia y las islas del mar Egeo estaban bajo control otomano, mientras que Chipre y Creta permanecieron bajo el dominio veneciano y no formaron parte del Imperio otomano hasta 1571 y 1670, respectivamente. La única parte del mundo grecoparlante que no fue conquistada por los turcos fueron las Islas Jónicas, que se mantuvieron bajo el control de Venecia hasta su conquista por la Primera República Francesa en 1797 y luego pasaron al Reino Unido en 1809 hasta su unificación con Grecia en 1864.

Los griegos de las Islas Jónicas y Constantinopla vivieron en prosperidad, incluso los que habitaban dicha ciudad alcanzaron puestos importantes dentro de la administración otomana. Por el contrario, la mayor parte del pueblo griego sufrió las consecuencias económicas de la conquista turca. Los turcos fijaron impuestos elevados, y en años posteriores promulgaron una política para la creación de títulos hereditarios, prácticamente convirtiendo a los habitantes rurales en siervos.

El gobierno otomano consideró a la Iglesia ortodoxa de Grecia y al Patriarcado Ecuménico de Constantinopla como las principales autoridades de toda la población cristiana ortodoxa del Imperio, sin importar su origen étnico. Aunque el Estado otomano no obligó a la población a convertirse al Islam, los cristianos enfrentaron varias formas de discriminación, encaminadas a señalar su estatus inferior dentro del Imperio. Esta discriminación hacia los cristianos, sumada al maltrato de las autoridades otomanas locales, fueron la causa de muchas conversiones al Islam, al menos superficialmente. En el siglo XIX, muchos «cripto-cristianos» regresaron a sus antiguas prácticas religiosas.

La naturaleza de la administración otomana en Grecia variaba de un lugar a otro, pero siempre se caracterizó por su negligencia y arbitrariedad. Algunas ciudades tenían gobernadores nombrados por el sultán, mientras que otras, como Atenas, eran municipalidades autogobernadas. Las regiones montañosas en el interior permanecieron prácticamente autónomas del gobierno central otomano durante varios siglos.

Cuando los conflictos militares estallaban entre el Imperio otomano y otros países, los griegos usualmente se levantaban en contra de los turcos, con algunas excepciones. Antes de la independencia, los griegos lucharon contra los otomanos en varios enfrentamientos. Cabe destacar la participación griega en la batalla de Lepanto en 1571, las revueltas de campesinos en Epiro de 1600–1601, la Guerra de Morea de 1684–1699 y la rebelión de Orlov en 1770, esta última instigada por el Imperio ruso. Estos levantamientos fueron reprimidos con gran dureza por el ejército otomano.

Los siglos XVI y XVII son considerados por algunos autores como una especie de «edad oscura» en la historia griega, pues la esperanza de expulsar a los otomanos parecía remota. Incluso el ejército turco intentó ocupar las islas Jónicas en varias ocasiones; Corfú resistió tres grandes asedios en 1537, 1571 y 1716. Durante el siglo XVIII, en esta isla, surgió una clase mercantil griega rica y dispersa. Estos comerciantes dominaron el comercio dentro del Imperio otomano, y establecieron comunidades a lo largo del Mediterráneo, los Balcanes y Europa Occidental. Aunque el dominio turco había dejado a Grecia fuera de los grandes movimientos intelectuales europeos como la Reforma protestante y la Ilustración, estas ideas, junto a los ideales de la Revolución francesa y el nacionalismo romántico, comenzaron a penetrar en el mundo griego gracias a esta diáspora mercantil. A finales del siglo XVIII, Rigas Feraios, el primer revolucionario en buscar la creación de un estado griego independiente, publicó en Viena una serie de documentos relativos a la independencia de Grecia, incluidos un himno nacional y el primer mapa detallado del país; fue asesinado en 1798 por agentes del Imperio otomano.

Guerra de independencia

En 1814, se fundó una organización secreta llamada Filikí Etería —en griego: Sociedad de Amigos—, cuya finalidad era la independencia de Grecia. Filikí Etería planeaba lanzar una revolución en el Peloponeso, los principados del Danubio y Constantinopla. La primera de estas revueltas comenzó el 6 de marzo de 1821 en los principados del Danubio bajo el liderazgo de Alexandros Ypsilantis, pero los otomanos rápidamente la sofocaron. Los eventos en el norte alentaron a los griegos del Peloponeso a levantarse en armas y el 17 de marzo de 1821 declararon la guerra a los otomanos.

Para finales del mes, el Peloponeso se hallaba envuelto en una rebelión contra los otomanos y para octubre de 1821, los griegos, al mando de Theodoros Kolokotronis, tomaron Tripolitsa. La rebelión del Peloponeso inmediatamente fue seguida por otros movimientos en Creta, Macedonia y Grecia Central pero todos ellos fueron rápidamente sofocados. Mientras tanto, una Armada griega improvisada derrotó a la Armada otomana en el mar Egeo, con esto evitó que llegaran por mar refuerzos turcos. En 1822 y 1824 los turcos y los egipcios invadieron las islas, incluyendo Quíos y Psará, donde cometieron una masacre entre la población civil. Por esta causa, la opinión pública de Europa occidental se puso en favor de los rebeldes griegos.

Sin embargo, comenzaron a surgir problemas entre las distintas facciones griegas, lo que llevó a dos guerras civiles consecutivas. Por su parte, el sultán negoció con el gobernador egipcio Mehmet Alí, quien accedió a enviar a su hijo Ibrahim bajá a Grecia con un ejército para sofocar la rebelión a cambio de ciertos territorios. Ibrahim llegó al Peloponeso en febrero de 1825 y obtuvo una victoria inmediata: para finales de ese año, la mayor parte de la región se hallaba bajo control egipcio, y la ciudad de Mesolongi —sitiada por los turcos desde abril de 1825— cayó un año después. Aunque Ibrahim fue derrotado en Mani, consiguió expulsar a los rebeldes de gran parte del Peloponeso y retomó el control sobre Atenas.

Luego de años de negociaciones, tres de las Grandes Potencias —Rusia, el Reino Unido y Francia— decidieron intervenir en el conflicto, y cada nación envió una flota a Grecia. Tras conocer que una flota otomano-egipcia se dirigía a la isla de Hidra, la flota aliada los interceptó en Pilos. Después de una semana de tensión, comenzó la batalla que acabó con la destrucción de la flota otomano-egipcia. Una fuerza expedicionaria francesa supervisó la evacuación del ejército egipcio del Peloponeso, mientras que los griegos prosiguieron con la toma de Grecia Central en 1828. Tras dos años de negociaciones, la Primera República Helénica recibió el reconocimiento internacional en el Protocolo de Londres.

Siglo XIX

En 1827 Ioannis Kapodistrias fue elegido como primer gobernador de la nueva República. Sin embargo, luego de su asesinato en 1831, las Grandes Potencias instalaron una monarquía encabezada por Otón I, de la Casa de Wittelsbach. En 1843, un levantamiento obligó al rey a promulgar una constitución y establecer una asamblea representativa.

Debido a su actitud autoritaria, fue destronado en 1862 y, un año más tarde, reemplazado por el príncipe Guillermo de Dinamarca, quien tomó el nombre de Jorge I y trajo consigo las Islas Jónicas, regalo de coronación por parte del Reino Unido. En 1875 Charilaos Trikoupis, a quien se le atribuye una mejora importante en la infraestructura del país, limitó el poder de la monarquía a interferir en la asamblea y promulgar la norma del voto de confianza para el Primer Ministro. La corrupción y los incrementos en los gastos de Trikoupis para construir obras de infraestructura necesarias para el país —como el Canal de Corinto—, debilitaron la frágil economía griega. En 1893 el gobierno se declaró en bancarrota y aceptó las demandas de una autoridad Internacional de Control Financiero para pagar a sus deudores.

Otro problema político del siglo XIX, único de Grecia, fue la cuestión lingüística. La población general hablaba una forma de griego llamada demótico. Muchos intelectuales de la élite lo veían como un dialecto campesino y estaban determinados a restaurar la gloria del griego antiguo. Los documentos del gobierno y diarios eran publicados en griego katharévousa («purificado»), una variante que poca gente podía leer. Los liberales promovieron el reconocimiento del demótico como el idioma nacional, pero los conservadores y la Iglesia ortodoxa estaban en contra de dicha declaración. La situación llegó al punto en el que, cuando el Nuevo Testamento se tradujo al demótico en 1901, estallaron una serie de manifestaciones en Atenas que terminaron derrocando al gobierno, hecho conocido como Evangeliaka. El problema del idioma perduró en el ambiente político hasta la década de 1970.

No obstante, todos los griegos estaban unidos en su determinación por liberar las provincias grecohablantes del Imperio otomano. En Creta, una prolongada revuelta entre 1866-1869 exacerbó los ánimos nacionalistas. Cuando estalló la Guerra ruso-turca de 1877-1878, el pueblo griego se mostró a favor de apoyar a los rusos; pero debido a la precaria situación económica y a la posibilidad de una intervención británica, Grecia nunca entró en la guerra. Cuando los rusos derrotaron a los turcos en 1881, el Tratado de Berlín obligó al Imperio a ceder Tesalia y algunas partes de Epiro a Grecia, pero no así la isla de Creta.

Por su parte, los cretenses continuaron orquestando una serie de rebeliones, y en 1897 el gobierno griego de Theodoros Deligiannis, cediendo a la presión del pueblo, declaró la guerra a los otomanos. Así, en la Guerra greco-turca de 1897 los otomanos derrotaron al mal entrenado y equipado ejército griego. Gracias a la intervención de las Grandes Potencias, Grecia sólo perdió una pequeña parte de su territorio en la frontera con Turquía, mientras que en Creta se estableció un estado autónomo presidido por el príncipe Jorge de Grecia.

Siglo XX y XXI

Al final de la Guerra de los Balcanes, la superficie y población de Grecia habían aumentado. En los años siguientes, la lucha entre el rey Constantino I y el primer ministro Eleftherios Venizelos por el control de la política exterior, dominó el escenario político y dividió al país. Durante la Primera Guerra Mundial, Grecia llegó a tener dos gobiernos: uno proalemán a favor del rey, ubicado en Atenas; el otro probritánico a favor de Venizelos, con sede en Salónica. Los dos gobiernos se unieron en 1917, cuando Grecia ingresó oficialmente a la guerra del lado de la Triple Entente.

Poco después de terminada la Primera Guerra Mundial y con la partición del Imperio otomano, Grecia intentó extender sus territorios hacia Asia Menor, que en ese tiempo era una región con una gran población de origen griego, pero salió derrotada en la Guerra greco-turca de 1919-1922. Como consecuencia del conflicto y la firma del Tratado de Lausana, ambos países sufrieron un gran intercambio poblacional: los griegos que vivían en territorio turco emigraron a Grecia, y viceversa. Además, miles de griegos pónticos murieron durante la guerra, en un episodio a menudo referido como genocidio de los griegos pónticos, casi medio millón de griegos pónticos fueron asesinados por lo turcos. Los años siguientes estuvieron caracterizados por la inestabilidad, sumada a la enorme tarea de integrar a más de 1,5 millones de griegos refugiados provenientes de los territorios que se mantuvieron en poder de Turquía dentro de la sociedad de la República Griega. La población reconocida como griega de Estambul (en griego llamada milenariamente Bizancio o Constantinopla), pasó de 300 000 habitantes en 1900 a cerca de 3000 en 2001.

Tras los eventos catastróficos en Asia Menor, en 1924 se celebró un referéndum para abolir la monarquía y proclamar la Segunda República Helénica. El primer ministro Georgios Kondilis tomó el poder en 1935 y prácticamente abolió la república al traer de vuelta la monarquía con otro referéndum. Al año siguiente Ioannis Metaxas dio un golpe de Estado e implantó una gobierno autoritario conocido como el Régimen del 4 de agosto. A pesar de ser una dictadura, Grecia permaneció en buenos términos con el Reino Unido y se mantuvo alejada de los países del Eje.

El 28 de octubre de 1940 Italia exigió la rendición de Grecia, pero el gobierno griego se negó y le declaró la guerra. En la Guerra greco-italiana, Grecia repelió las fuerzas italianas hacia Albania, la primera victoria de los Aliados en una batalla terrestre. Sin embargo, poco después el país cayó derrotado ante las fuerzas alemanas durante la batalla de Grecia. Aunque la ocupación alemana tuvo que lidiar con la resistencia griega, más de 100 000 civiles murieron de inanición durante el invierno de 1941-1942, y la gran mayoría de los judíos griegos fue deportada y asesinada en los campos de concentración nazis.

Luego de su liberación, Grecia entró en una guerra civil entre las fuerzas comunistas y anticomunistas, lo que trajo consigo un debilitamiento económico y tensiones políticas entre los partidos de derecha y de izquierda. Tras la victoria de los anticomunistas, las siguientes dos décadas se caracterizaron por una gran marginalización de los izquierdistas en las esferas políticas y sociales, pero también por un rápido crecimiento económico impulsado en parte por el Plan Marshall.

En julio de 1965, la dimisión ante el rey Constantino II del gobierno centrista de Yorgos Papandréu creó una agitación política que culminó en un golpe de estado el 21 de abril de 1967 por un grupo de coroneles que estableció una dictadura. El 17 de noviembre de 1973, la brutal supresión de la revuelta de la Politécnica de Atenas debilitó el régimen, por lo que un consejo nombró al brigadier Dimitrios Ioannidis como dictador. El 20 de julio de 1974, mientras Turquía invadió Chipre, el régimen colapsó.

El antiguo primer ministro Constantinos Karamanlís fue invitado a regresar de su exilio en París y dar comienzo a la era Metapolítefsi. En el primer aniversario de la revuelta de la Politécnica de Atenas se celebraron las primeras elecciones multipartidistas desde 1964. El 11 de junio se promulgó una constitución democrática. Andreas Papandréu fundó el Movimiento Panhelénico Socialista (PASOK) en respuesta al partido conservador de Karamanlis Nueva Democracia. Desde entonces, ambos partidos se alternaron en el gobierno hasta el año 2015.

Grecia se convirtió en el décimo miembro de la Comunidad Económica Europea —antecesora de la Unión Europea— el 1 de enero de 1981, impulsada por un periodo de crecimiento constante. Las múltiples inversiones en empresas industriales e infraestructura, así como los fondos de la Unión Europea y los ingresos crecientes del turismo, el transporte y el sector servicios, elevaron los niveles de vida del país a una altura sin precedentes. Aunque tradicionalmente las relaciones con Turquía habían sido bastante tensas, estas mejoraron luego de que dos terremotos azotaran a ambos países en 1999. Grecia adoptó el euro como moneda en 2001 y albergó los Juegos Olímpicos de Atenas 2004.

La economía griega se vio muy afectada por la Gran Recesión de finales de la década de los años 2000 y fue el protagonista principal en la crisis del euro en 2010. La situación se agravó al descubrir que el gobierno derechista de Nueva Democracia presidido por Kostas Karamanlís ocultó durante años, con la ayuda del banco de inversión Goldman Sachs, algunos datos macroeconómicos, entre ellos el verdadero monto de su deuda externa y el déficit público. El enorme déficit real provocó importantes recortes en el sector público. Esto, unido a la grave crisis económica que durante más de un lustro redujo el PIB del país en más de un cuarto del de 2008, situó el paro en un pico del 27 %, la población en la pobreza o en riesgo de padecerla superó el 35 % y tres millones de personas se quedaron sin asistencia sanitaria, entre otros indicadores. Como respuesta, se produjeron manifestaciones y disturbios en las principales ciudades griegas y más de una treintena de huelgas generales entre 2009 y 2014. (véase Crisis de la deuda soberana en Grecia). En enero de 2015, en el marco de la crisis sin precedentes en el país, el partido SYRIZA ganó las elecciones parlamentarias, siendo la primera vez en la historia de Grecia que un partido a la izquierda de la socialdemocracia alcanzaba el gobierno democráticamente

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